Arte

ARQUITECTURA ROMÁNICO-MUDÉJAR EN CARABANCHEL

Texto y Fotos: Antonio García Francisco

Acuarela del siglo XIX, obra de Juan Mieg, profesor y naturalista suizo avecindado en Carabanchel Alto desde 1814, donde se representa la ermita de Santa María la Antigua o Nuestra Señora de la Antigua de Carabanchel Bajo entre 1818 y 1820.

Cuando hablamos de la existencia de arquitectura románica en la provincia de Madrid no falta quien piensa que estamos bromeando, pero es un hecho que la tenemos presente tanto por la Comunidad como en la misma capital. 

Igual que ocurre en todas partes, los aspectos más determinantes de las características del románico madrileño residen en su cronología histórica.

Madrid pasó a manos cristianas muy a finales del siglo XI ligado a la reconquista de Toledo por Alfonso VI en el año 1085, pero esto no significó la pacificación, sino que con posterioridad a esta fecha, los territorios madrileños sufrieron el asedio y la destrucción a manos de los musulmanes durante muchos años. Fue cuando la repoblación estuvo consolidada, en los siglos XII y XIII, cuando se empezó a edificar iglesias en Madrid, cuando en toda la zona cristiana de la península ya estaba plenamente implantado el estilo románico. Se trata casi del románico más meridional de la Península, sólo superado por algunos ejemplos de la provincia de Cuenca y en Extremadura, lógico por otra parte al ser estos territorios reconquistados posteriormente. 

Tradicionalmente se ha considerado que, en nuestro país, la arquitectura medieval realizada en piedra estaba conectada con el mundo cristiano europeo y la realizada en ladrillo se relacionaba con la arquitectura hispano musulmana.   Sí y no.       

Nuestra Señora la Antigua. Vista desde el sudeste.

Este planteamiento resulta demasiado simplista, está lleno de excepciones y contradicciones y así fue observado desde hace muchos años. Incluso refiriéndose en concreto al tema y a la época que aquí nos ocupa, llegó a acuñarse el término «románico en ladrillo», que apenas se usa, aunque a mí es el que más me gusta, siendo más apreciado el término de arte románico-mudéjar.

Consideremos un punto de partida para tener claro de qué hablamos: el término «románico mudéjar» lo utilizó por primera vez el historiador y arqueólogo Amador de los Ríos en el año 1859, y lo hizo para referirse a «un peculiar» estilo de construcción medieval en el que intervenía el ladrillo.

Sea como sea, en lo que fue un pueblo de Madrid y hoy es barrio, el de Carabanchel Bajo, podemos disfrutar de una joya que nos dejaron aquellos alarifes quienes, por carecer de piedra buena en la zona, construyeron en ladrillo y mampostería irregular.

Se trata de la ermita de Nuestra Señora de La Antigua o Santa María La Antigua, inicialmente dedicada a Santa María Magdalena, iglesia parroquial del medieval Carabanchel, «la dulce perla», como la describió el primer propietario de la aldea del que tenemos noticia, don Pedro Manrique de Lara, segundo Señor de Molina, gran militar y pésimo administrador, la cual, en el siglo XV, tal vez por causa de una epidemia de peste, se dividiría en Carabanchel de Suso o de Arriba, hoy Carabanchel Alto, con su iglesia parroquial dedicada a la advocación de San Pedro, y Carabanchel de Yuso o de Abajo, hoy Carabanchel Bajo, donde se edificó una iglesia dedicada a la advocación de San Sebastián, casualmente santo protector contra la peste junto a San Roque.

Queda así la iglesia de Santa María Magdalena en despoblado, pierde el rango de parroquial y adquiere el modesto de ermita dedicada a Santa María La Antigua.  

 Y es obra del siglo XIII aunque según los expertos conserva restos de elementos del siglo XII en la cimentación Norte de ábside y presbiterio. 

Ostenta orgullosamente el título de ser sin duda, el templo más antiguo de Madrid y el mudéjar más antiguo de toda la Comunidad madrileña, además de ser el único mudéjar que se conserva completo con unos mínimos añadidos.

Vista desde el Noroeste

Construida con mampuesto de piedras pequeñas unidas con cal (mazonería es el término correcto) alternando con hiladas de ladrillo toledano que la dan estabilidad, armonía y vistosidad, consta, como todas las iglesias románicas, de ábside con bóveda de horno orientado al Este, presbiterio con bóveda de cañón separado de la nave por arco de herradura doblado y trasdosado con arco polilobulado, nave cubierta por techumbre de madera; una portada al Este y torre (algunas iglesias la sustituyen por una espadaña) orientada al Oeste. Sus únicos vanos eran una mínima ventana en saetera con arco de herradura túmido en puro estilo toledano y la portada al Este. Hoy hay una puerta al Oeste, resultando en general una iglesia muy oscura, como corresponde a su época.  

No es casual la orientación del ábside y la ventana hacia el Este, pues así recoge el primer rayo de sol que iluminará la iglesia y lo convierte en un símbolo más de los muchos que encierra el estilo románico: el rayo de luz que viene del Oriente, de Jerusalén, representa a Jesucristo iluminando a su Iglesia, representada por el templo. Es común en todas las iglesias.

 La portada presenta doble alfiz y tres arquivoltas, una de las cuales es polilobulada con doce lóbulos; el doce es el número que representa una estructura u organización completa y constituida divinamente (doce tribus, doce apóstoles…). Este número doce nos da una idea de que vamos a entrar en un sitio muy especial.

Portada

La originalidad de esta portada es que está «en desplome», es decir, con una inclinación hacia afuera que hace que parezca que se va a caer al suelo.

Una manera de dar la bienvenida a quien se acerca a ella, dicen los románticos, aunque lo cierto es que en un momento determinado de su historia el muro Norte cedía por las humedades de los nichos del cementerio que tenía adosados; la cara Norte caería hacia el sur, la techumbre empujaba al muro Sur, que también se desplomaba hacia afuera, pero que no caía gracias a la elasticidad de la argamasa de cal y arena. Prosaico, pero más creíble que la versión de tratarse de una obra premeditada, como me comentó un arquitecto amigo. 

 Al rehacer el muro Norte la portada quedaba caída, pero si se desmontaba para armarla nuevamente a plomada ya no sería original, sería del siglo XX. Sea como sea, es espectacular verla al natural, la fotografía solamente da una idea. 

Fachada Sur con la portada en claro desplome.

Pero… ¿nos hemos percatado de que en la arquivolta tenemos doce lóbulos?

El número doce es un número muy importante en la Biblia. Aparece en el Apocalipsis en los capítulos 21 y 22: las doce puertas de la Nueva Jerusalén, cada una con el nombre de una de las doce tribus de Israel, y además con doce cimientos cada uno con el nombre de uno de los doce apóstoles (Ap.22) Por si fuera poco, San Agustín, en su obra «La Ciudad de Dios», reflexiona sobre el significado simbólico de los números y sus implicaciones teológicas, señalando que el número doce representa la universalidad y la perfección de la Iglesia como una estructura u organización completa y constituida divinamente.

O sea, que al pasar bajo este arco, estamos accediendo al orden y el bien, la perfección absoluta de la casa de Dios. Casi nada. Pero es que, además, cada lóbulo cuenta con cuatro ladrillos en su seno, el cuatro es el número que representa el mundo, la obra perfecta y plena de Dios: el cuarto día de la creación, Dios creó el sol, la luna y las estrellas y con ello el día y la noche. Cuatro son los ríos del Paraíso: Gihón, Pisón, Tigris y Éufrates, cuatro son los puntos cardinales, cuatro estaciones tiene el año; cuatro elementos forman la vida: tierra, fuego, aire y agua…

Si a esto unimos la importancia de la portada de los templos, pues representa a Cristo, «Yo soy la puerta», dice de sí mismo Jesús en Juan 10,9, tenemos una gran simbología al pasar del espacio profano del exterior al sagrado del interior. Solamente es sumar lo que representa cada número: pasamos del mundo impío y profano al de la obra perfecta y acabada de Dios.

Posteriormente, en el siglo XVI, quizás XVII, se abrió la puerta Oeste y se añadió una sacristía. Se hizo para ampliar en el sotocoro la vivienda del guarda del cementerio colindante. También se hizo obra para ampliar con el sotocoro la vivienda del guarda del cementerio colindante. Y además, fue añadido el contrafuerte que hoy es completamente innecesario, pero que se dejó ahí por considerarlo ya como un elemento más del edificio.  En época desconocida se abrió una puerta en el muro Norte, hoy en día cegada con muy buen criterio.

Dato a observar que no te explicará ningún libro o manual de Historia del Arte, lo mismo que el de la portada: el arco triunfal, es decir, el arco que separa la parte más sagrada del templo, la destinada a Dios y a sus sacerdotes, el ábside y el presbiterio respectivamente, de la parte destinada a los hombres, la nave, sigue la estructura de la portada y tiene en su arco intradosado veintiún lóbulos.

Veintiuno es tres veces siete (o siete veces tres, que tanto da); el siete es el número que comunica la idea de perfección y plenitud, la obra acabada (la Creación duró siete días). Pero también transmite que la idea de la perfección, de la esencia del perdón, consiste en perdonar, pero no una vez, sino setenta veces siete (Mt 18,21-22). 

Arco triunfal con 21 lóbulos

En el interior, en el rincón Noroeste, bajo el coro, hay un pozo que se dice cavó San Isidro, patrón de Madrid, que además de milagrero y labrador, era pocero y zahorí. Tiene actualmente unas medidas de 16,5 metros de profundidad y un ancho de 0,70 metros de diámetro, aunque originalmente eran 1,10 metros, pero hubo que rehacerlo por dentro porque se desmoronaba.

Aquí pudo estar en su día la pila bautismal, pues los cánones establecían y establecen que se la sitúe en el ángulo más frío y oscuro del templo para representar que el bautizado caminaría hacia la calidez y la luz de Dios, hacia el Este, donde está el altar y la única ventana.

Detalle del arco triunfal y del pozo

Hay constancia de que nuestro santo patrón labró las tierras que rodean la iglesia; cuenta el pozo como testigo, aunque tal vez es pozo romano reaprovechado.

Creo que solo he visto en España dos iglesias medievales con un pozo en su interior, pero más moderna tenemos la Colegiata de San Isidro en la calle de Toledo, también con el suyo y obra del buen Isidro. 

Mucho se puede hablar de esta humilde ermita que mide 12,20 metros de largo por 9,85 metros de ancho y con una airosa torre de ladrillo y piedra de 20 metros de altura, con la particularidad de que su base (de la torre) no es ni cuadrada ni ochavada, como es lo habitual, sino rectangular, siendo maciza desde la base hasta el cuerpo de campanas, como lo es la también madrileña de Valdilecha, pero mejor dejemos que hablen las fotografías, después de una aclaración: Dijimos que  los constructores son maestros de obras y albañiles musulmanes

Considerando que el codo hispanomusulmán mide 47 centímetros, resulta que nuestra iglesia mide 26 X 21 codos hispanomusulmanes ordinarios, una cifra entera, no como las medidas en metros que nos da decimales, aparte de que el sistema métrico decimal era desconocido en el siglo XIII. Y que los ladrillos son los denominados ladrillos toledanos, idénticos a los de parte de la torre de la iglesia de San Nicolás de los Servitas, del siglo XII.

Cruz apotropaica en la cara oeste de la torre

En fin, son cosas de la observación. Como por ejemplo, la cruz de ladrillo embutida en el muro de la torre y que no es otra cosa sino un signo apotropaico (un amuleto, para entendernos) que ahuyenta a los malos espíritus que vienen del oeste, de la noche, de la oscuridad. No nos extrañemos, la sociedad del siglo XIII es muy supersticiosa y coloca signos apotropaicos fuera y dentro del templo, los unos para que no entre el mal, los otros para que no salga el bien.

Si levantamos la vista frente a la torre, veremos los huecos de campanas, seis en total, dos en cada lado ancho y uno en cada lado estrecho. No se cierran con arcos, sino con un sistema más sencillo, económico y práctico: la aproximación de hiladas. Esto nos permite quitarnos quebraderos de cabeza haciendo arcos que necesitan más dedicación, especialización y, sobre todo, del uso de cimbras de madera. 

Hueco de campana por el lado estrecho. Cierre por aproximación de hiladas.

Huecos de campanas por el lado ancho. Entre ellos un mechinal.

Y también veremos unos huecos en el muro: son los mechinales donde se sujetaban los tablones de los andamios. Nadie se molestaba en cerrarlos por si fuera necesario usarlos en un futuro impreciso para realizar reparaciones. Ni en el románico en piedra ni en el románico en ladrillo.

Detalle de mechinales en el cuerpo de campanas.

En fin, sucintamente hemos situado nuestra iglesia en el espacio y en el tiempo, también hemos dado un paseo alrededor y por su interior, podríamos decir muchas cosas más, pero en algún momento hay que parar, aunque sea dejando la puerta abierta a una futura descripción de otros detalles constructivos, artísticos y simbólicos. 

Texto y Fotos cedidos por Antonio García Francisco. Madrid, noviembre 2020.

Actualizado en mayo 2025. Publicado inicialmente en RADIO CANGAS RECONQUISTA.

Se puede visitar la publicación original en la web de RADIO CANGAS RECONQUISTA que incluye numerosas fotografías de las pinturas restauradas en las vigas del sotacoro. 

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